En el Corcel verde de Ayrton estaba todo preparado para el viaje de luna de miel desde Santana hasta el hotel Maksoud Plaza, en la región privilegiada del barrio Dos Jardins. Cuando él y Lilian fueron a coger el coche en el garaje de la casa de los padres de ella, la suegra, doña Grizelda, fue atrás, descendiendo las escaleras con una bandeja de dulces:
- Beco, Beco, aquí los dulcecitos para que ustedes se sirvan.
- Doña Grizelda, la última cosa que quiero comer hoy es un dulce…

Diez mesas decoradas fueron colocadas alrededor de la piscina de la casa de Senna. La operación de invitar los amigos más íntimos fue tan rápida, que algunos, pillados de sorpresa, ni llevaron presentes. Pero todo fue de acuerdo con los planes, salvo por una broma de Júnior, que empujó a doña Neyde con ropa y todo en la piscina. Júnior fue severamente reprendido por el padre de Lilian.
Tchê vivió ese día un episodio que lo dejó muy triste. Él vio, en un rincón de la lavandería, cubierto por una lona, un torno mecánico que montó a Ayrton. Y arriesgó:
- Ayrton, ¿puedo pedir un presente? Quiero llevarme el torno…
- Por mí, todo bien. Pero tiene que hablar con Miltão...
Ese era el problema. La respuesta:
- De ninguna manera. Voy a llevarlo para la hacienda.
Disconforme, Tchê esperó que Milton se alejara y llevó a Ayrton a una esquina.
- Ayrton, ¡el torno es tuyo!
No sirvió de nada. Tchê pasó la mayor parte del tiempo de la fiesta aislado, conversando con un tío de Ayrton y con Júnior. Al volver a casa, le dijo a su mujer una frase que mostraba toda la tristeza de aquel día:
- Lo que yo no tengo, yo debo a Ayrton Senna...
La noche en la suite presidencial del hotel Maksoud Plaza fue precedida por un ritual que la mayoría de las chicas de familia de Santana adoraba. Lilian entró en el cuarto cargada en los brazos por Ayrton. Al día siguiente, la pareja fue a Chicago a pasar diez días en la casa de Fábio Machado, el primo de Senna que se haría, años después, su socio y director del Instituto Ayrton Senna. Tras diez días con Fábio y su mujer, Nice, la pareja siguió derecho hacia Inglaterra. Allá, la hija única y mimada, acostumbrada con el calor de Brasil y las mesas abarrotadas de las familias acaudaladas de Santana, sufrió dos shocks.
Primero, la casa pequeña, sin aspirador de polvo y con una sala en que había un sofá color mostaza donde exactamente 19 gatos de estimación del morador anterior acostumbraban a dormir. No había forma de cómo eliminar el olor. Todo estaba tan sucio, que la pareja tuvo que pernoctar en la casa de Ralph Firman, dueño de la Van Diemen. Nada de paseo, cine o restaurante.
El segundo shock: en la cena en la casa de Ralph Firman, un bistec, un huevo y una hoja de lechuga para cada uno de los comensales. El condominio era tranquilo, pero parecía ser habitado sólo por personas por encima de los 50 años de edad. Lilian tuvo la sensación de que iba a vivir en un cementerio.
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