Reinicio × Aventura × Ansiedad

martes, 18 de agosto de 2015

La revolución WOM

El 5 de Junio recién pasado experimenté por primera vez, desde que soy usuario de telefonía móvil, la famosa portabilidad numérica y puse fin a mi casamiento con entel desde 2005, hace ya una década. La nueva compañía pasó a ser Nextel Chile, pero no estaba pasando por una buena situación económica, de hecho, en Enero de este año, el fondo islandés Novator adquirió el control de la firma, la cuarta del mercado local de telefonía móvil y que enfrentaba el riesgo de quiebra. Curiosamente, lo que me motivó a escoger esta compañía y no otras fue su tentadora oferta comercial, sobretodo en Planes Cuenta Controlada, con una promoción válida por el mes de Mayo (y que posteriormente se extendió a Junio) en que Nextel ofrecía doble cuota de navegación gratis y un descuento de 10% por doce meses, con portabilidad y equipo propio. Después de un pequeño estudio, llegué a la conclusión que el más ajustado a mis necesidades era el Tu Mundo Control de 1.5 GB, que finalmente quedó en 3 GB más 300 minutos, todo por $20.000. El famoso descuento nunca fue, debido a mi condición de cliente prepago, pero bueno ...esa es harina de otro costal.

Pasó un corto tiempo y Nextel Chile pasó a ser WOM Chile, Novator quería cambiarle la cara a una empresa que tenía pérdidas millonarias y que requería de medidas inmediatas. el 7 de Julio se oficializó el lanzamiento de la nueva marca y entró de lleno en la competencia con una oferta comercial explosiva, apuntando principalmente a los clientes postpago. Pero no sólo eso, el aparataje publicitario de WOM Chile -que comenzó incluso antes del lanzamiento oficial de la firma- probablemente ha causado el mayor revuelo en el mercado de estos últimos años, con campañas que incluyen: invitación a Zach Kingmujeres, precios, contingencia nacional y -redoble de tambores- apelación a la competencia.

Es este último aspecto lo que ha causado un verdadero revuelo en la industria de las telecomunicaciones en Chile, con un despliegue de slogans denostando indirectamente a TODAS las empresas de la competencia, lo cual le ha valido a WOM Chile: dos denuncias de Movistar y Claro ante el CONAR, una demanda formal de Movistar a la compañía por UF 40k (unos $1000m) y una declaración condenatoria de la misma CONAR. Por si no fuera poco, después de las primeras denuncias de la española y la mexicana, WOM Chile arremetió con nueva publicidad atacando a la competencia en general, pero suavizando la acidez de las apelaciones. Dejo abajo una galería con todos los slogans y la respuesta tras la interpelación ante el CONAR.


"Vas a dejar de ser vírgen" (Virgin Mobile), "Que al navegar no te den ganas de vomistar" (Movistar), "Sí, era muy tonto lo que estaban diciendo" (VTR Chile) y "¿Vivir mejor conectados o vivir mejor endeudados?" (Entel Chile).

La respuesta de WOM Chile. Tuvo que bajar la publicidad, pero se hizo famoso.

Uno lógicamente piensa que una compañía que se esmera en denigrar a sus competidores, busca compensar un pésimo servicio entregado, pero la oferta comercial de WOM Chile logró que muchos de sus clientes pasaran del shock publicitario, en donde la marca se presentó con nombre y apellido, a la sorpresa de descubrir lo que había "detrás". Los precios de sus planes sin arriendo de equipo (como para segmentar lo más esta discusión) son muy competitivos en el mercado chileno, demasiado, porque anda... busca alguna compañía que ofrezca 3 GB de internet móvil ILIMITADO junto con 300 minutos de voz y todo por $14.990. La única empresa que podría ofrecer competencia a ese precio, honestamente, es Claro Chile. El único "pero" de Claro Chile es que así como sus precios son muy bajos, la calidad de su servicio también lo es: negocio redondo. ¿Cuál es la diferencia con WOM Chile? Trabajan con la banda AWS (1700/2100) que sólo la firma tiene licitada en el país, su cobertura con antenas propias alcanza el 92% del territorio nacional y el 8% restante es cubierto por Entel a través de su roaming. Eso, honestamente, no tiene competencia. Lo prueban las cifras, por cierto: en sólo un mes de operaciones, WOM Chile lidera la portabilidad en el país, algo que ninguna otra compañía de telecomunicaciones ha logrado conseguir, un hito histórico, punto para los infractores. Por si no bastase, Entel que ostenta alrededor de un 34% de participación en el mercado nacional de telefonía móvil (junto con Movistar, los más grandes), registró la mayor fuga de clientes desde el inicio de la era portabilidad en Chile y lideró el ránking de donantes por primera vez, otro punto para el nuevo de la clase.

Personalmente lo que más me sorprendió de WOM, y que más tarde corroboraría su CEO Chris Bannister, fue el gran lema de esta compañía. Podríamos decir que calza bien con su misión como empresa: "Competencia: si no les queda claro, en esta guerra ganan los clientes". Ese es el norte de la firma, el foco de atención, el sustrato de tanto despliegue, el break point o el gol de oro. Movistar y Claro hicieron llegar sus quejas, la compañía española incluso hizo una demanda millonaria en contra de WOM, pero: ¿hicieron algún mea culpa? ¿qué cierto tiene lo de "vomistar", como si no fuese un apelativo despectivo creado por sus mismos ex-usuarios? ¿que realizan para revertir la mala fama? ¿se darán cuenta que su contraataque los hace caer en el juego que WOM intenta causar a su competencia?

Y ahora viene el último punto: el juego. Lo de WOM no es nada nuevo en otros países, como Estados Unidos. No han descubierto una mina de oro ni tampoco abierto la caja de Pandora. El punto es que, aquí en Chile, país caracterizado por hablar muy bonito por delante y pelar por detrás, existe un status quo entre las empresas que -visto lo visto- veta cualquier mecanismo de ataque entre sí. El CONAR lo denomina "prácticas de noble competencia", yo personalmente no me lo compro y lo llamo colusión. Sí, como el de las farmacias o como el de los pollos. Colusión. Todas las empresas son cómplices del mal servicio que entregan o de lo mezquina de su oferta, pero nadie dice nada, nadie acusa al otro. De pronto llega una que entrega lo que el resto no hace y causa revuelo. WOM juega a esto: el célebre "Efecto Streisand".

El "Efecto Streisand" nació en 2005 producto de esta fotografía tomada por Kenneth Adelman, en donde aparece la casa de la cantante Barbara Streisand. Streisand amenazó a Adelman por con una demanda millonaria si no borraba la foto, la foto desapareció del sitio web de Adelman pero la "polémica" la difundió por toda la web.


¿Efecto Streisand? Es lo que intenta provocar en su competencia, un ánimo a la censura, pero no es cualquier tipo de censura porque es una censura insólita: su calidad de servicio, algo que nosotros como usuarios buscamos. WOM utiliza mujeres en actitudes lésbicas en sus spots, se burla de mandatarios extranjeros de una manera muy ingeniosa, apela a la competencia, la ataca, desnuda sus efectos, causa polémica ...luego viene la respuesta de organizaciones pro-libertad sexual, feministas, ministerios de RR.EE. extranjeros, empresas de la competencia y todo esto instala a WOM en la opinión pública. Curiosamente WOM proviene de 'Word-Of-Mouth' o más conocido como el "boca a boca": célebre técnica de difusión entre pares o en uno-a-uno. Pues bien, lo han conseguido, han instalado a la compañía de lleno en boca de los chilenos. La gente abarrota sus locales preguntando por planes, precios de equipos, ofertas, portabilidad ...la competencia mira desde fuera atónita preguntándose qué ha pasado aquí.

No puedo sino agradecer a esta compañía. Muy pocas empresas en Chile toman parte realmente por sus clientes, y no lo digo sólo por los usuarios de WOM. Los de la competencia también: Entel hace poco aumentó -sorpresivamente, antes de que la SUBTEL diese a conocer el informe de portabilidad de Julio 2015- la cuota de tráfico de datos en 1 GB a sus clientes postpago y, según consigna el sitio reclamos.cl, ha entorpecido la facturación de algunos clientes para impedir su fuga a la competencia; Claro Chile ha lanzado sus planes Cuenta Exacta Pro y VTR Chile arremetió con el lanzamiento de 4G LTE sin contratos ni chips a todos sus clientes de manera gratuita.

La revolución WOM es esto... al final, los que ganan son y siempre deberían ser los clientes.


jueves, 6 de agosto de 2015

Un mes: parte 2

La entrada estaba lista. Ahora, con el beneficio de la duda eso sí, había que verificar que no era falsa. No tenía mucho tiempo, eran cerca de las 2 y faltaría poco para que se abriesen las puertas. No quería siquiera imaginar cómo estaría la cola de hinchas nacionales y trasandinos ...una locura, seguramente. Me dirigí rápidamente al andén para tomar el primer tren que me llevase de vuelta a Ñuble, eso sí, necesitaba reponer energías: estaba en hora de almuerzo y el estómago ya estaba quejándose por comida. Saliendo de la estación de Metro, nuevamente enfilé por Carlos Dittborn hacia el oriente e hice una parada en un puesto de sandwiches para probar finalmente el célebre "sandwich de potito" -que en realidad resultó ser un sandwich de lomito, pero al final se tuvo que comer "de potito" igual- y aprovechar un jugo que tenía en mi bolsa de cosas para que bajase. Cabe mencionar que a esa hora la procesión de hinchas de ambos equipos era prominente y numerosa, costaba desplazarse hacia el poniente por la vereda de Dittborn ya que pasabas "chocando" con chilenos y argentinos, pero eso ya daba aires de final. Ahora sí.

Terminado el almuerzo express, necesitaba urgentemente recuperar la carga perdida del Nexus 5 y tener todo más o menos listo antes de caminar rumbo al Estadio Nacional. Pregunté por cybercafés y después de recorrer muchas calles y pasajes en las inmediaciones de Marathon, llegué a unos locales cerca de Obispo Orrego y en uno de ellos el anhelado cyber. Sin embargo, al entrar al local y preguntar por un computador, la encargada del local me indicó que estaba pronta a cerrar y me quedé sin opciones de cargar más. Mi intención era cargar mi móvil al 100%, pues había pasado por alto un pequeño detalle: no conocía la vista desde Galería Sur, mi astigmatismo miópico no me ayudaba mucho y por eso debía contar con una radio donde pudiese escuchar el partido en vivo. No sacaba nada, filo, debía apresurarme por llegar al estadio.

Una de las indicaciones que me dieron tanto Alejandro como su padre cuando conversé minutos antes en el torniquete de la estación Mirador Azul, fue que para acceder a la entrada por Galería Sur del estadio, debía ingresar por Guillermo Mann -la calle que limita por el sur-, por lo que llegando al reducto ñuñoino desde Dittborn debía girar hacia la derecha y luego seguir derecho en mi camino. Como sea, pedí ayuda a los voluntarios de Copa América que estaban en las cercanías y me dirigí por un atajo de tierra a mitad de camino. A las 3 en punto estaba frente a los torniquetes del sector meridional del Julio Martínez Prádanos.

Finalmente, la parada más importante y la última: el Nacional.
Era mi primera vez allí. Nunca había ido a ese estadio en toda mi vida antes, ni por las Clasificatorias rumbo a Sudáfrica 2010, ni tampoco por las Clasificatorias rumbo a Brasil 2014. Mi primera asistencia a un partido oficial de la Selección Chilena adulta fue el 14 de Noviembre del año recién pasado, después de un frustrado intento cuatro años antes por ir a un amistoso ante Israel en el antiguo Ester Roa. En aquel cotejo -un amistoso preparatorio para Copa América, ante Venezuela-, La Roja goleó a la "vinotinto" por 5 goles contra 0. Nunca se me pasó por la cabeza la posibilidad de una cábala, aunque ahora que lo pienso, algo pudo haber hecho esa primera asistencia o quizás la polera de Senna debajo nos impregnó algo de velocidad, jeje. Nadie lo sabe.

Momento clave: camino a los torniquetes para la validación de la entrada. El trámite era conocido por mí, ya que antes lo había hecho tres veces en Concepción para los partidos de Copa América. Saqué mi cédula de identidad y la entrada estaba lista en un bolsillo. De pronto, frente a mí en un torniquete a mi izquierda, un señor estaba detenido largo rato junto con un par de voluntarios. La entrada por lo visto era falsa o estaba adulterada, se entró en una discusión y se llamó a un encargado del staff, no se veía por dónde, le tocaría ver la final en otro sitio. Pese al estresante momento, no tuve tiempo para procesar cuando llegó mi turno: entregué carnet y entrada, pero sólo me pidieron el carnet. Después tuve avanzar un poco más y recién allí me solicitaron el e-ticket. Una pistola electrónica escaneó el código de barras y un "bip" me devolvió el alma al cuerpo: entrada válida, podía entrar. Leonardo Farkas, conocido filántropo y empresario chileno, pidió 40 mil banderas chilenas para cada uno de los asistentes al estadio ese día. La ANFP decidió distribuirlos a cada asistente una vez ingresasen al reducto, por lo que mi siguiente paso era pedir una. Quedé con dos al final. Sólo restaba entrar...

Puerta 14. Me costó encontrarla en un principio. El Estadio Nacional, lejos de lo que había visto en Concepción, daba claras señales de historia en su imponente pero vieja fachada. Subí unas escaleras bastante anchas y con arena en varios sectores para entrar al "coloso de Ñuñoa". Avancé unos metros, guiado por una luz que me llevó a donde tanto quería estar: la gradería.

Mi primera vista de la cancha, una vez dentro del Estadio. Vista de la puerta 14, Galería Sur.

El escenario era sobrecogedor. Banderas chilenas por doquier inundaban varios rincones del estadio, a falta de menos de un par de horas para que comenzara la final. "Manchones" celestes en casi todas las localidades le daban un colorido de mosaico al paisaje visual, pero casi ni se escuchaban. No bien me acerqué a la salida, justo a mi izquierda, ya tenía hinchas argentinos. Calculé unos 8 mil o 10 mil en total, pero ese día claramente iban a ser minoría. Tomé algunas fotos para hacer una panorámica y apenas volteé me encontré con la mítica pantalla gigante. Sabía que en ese sector la mejor ubicación era arriba, al igual que en el Ester Roa, por lo que subí por las escalas y me ubiqué cerca de la pantalla, unas 3 corridas antes de la última -entiéndase por "última" la que está más arriba-, un poco hacia el lado Andes. Ya instalado con mis cosas, encontré los esperados globos inflables de DHL y la famosa tarjeta verde de UNICEF con la imagen de Claudio Bravo. La nueva panorámica había mejorado bastante.

Vista definitiva desde mi ubicación en Galería Sur. Al fondo, toda la Galería Norte y la mítica puerta 8.
Llamé a mi familia para avisarles, con mucha felicidad, que ya estaba dentro esperando al inicio del partido. De pronto en medio de la conversación, me comunican que pasaron por las noticias una trágica información de último minuto: falleció Carlo de Gavardo. La cara se me cayó en ese momento, no lo podía creer. Tres años antes, estaba con un amigo en la Plaza de la Independencia de Concepción con plumón en mano pidiéndole un autógrafo, nos invitó hasta a subir al auto, era la presentación de la fecha 5 del Rally Mobil, tremendo tipo. Recordé casi de inmediato lo que ocurrió con Sergio "Sapito" Livingstone el mismo año del autógrafo de Carlo: el 11 de Septiembre jugaba Chile contra Colombia por Clasificatorias rumbo a Brasil 2014 cuando "Sapito" dejó de exister, fue tres horas antes del partido, Chile cayó por 1-3 ante la escuadra cafetera. Carlo fallecía a tres horas de la gran final...

Poco a poco el estadio se iba llenando de más y más banderas. La barra argentina, viéndose aminorada en cantidad, intentaba imponerse en el volumen de sus pulmones con cánticos vitoreando a sus jugadores, pero no se escuchaban ...sino, casi nada. Mis pulmones iban ejercitándose con cánticos junto a los chilenos que a medida que transcurrían los minutos iban colmando cada rincón del Estadio Nacional. Cada vez la espera se hacía más y más eterna. El sol, radiante a esa hora en Santiago, me pegaba sin compasión alguna mientras tomaba fotos, sacaba la selfie de rigor y actualizaba el status en Facebook. Poco iba a pescar el celular durante el partido, y en efecto así fue. De pronto no aguanté más y fui por algo para beber en el kiosco del estadio, la lata de cerveza de 350 cc. -encima 0% alcohol- me salió por $2000, una locura ...en fin, la sed pudo más. El tiempo pasaba y pasaba hasta que salieron algunos jugadores de La Roja -Miiko Albornoz, Angelo Henríquez, Mauricio Isla, Eduardo Vargas, José Rojas y Eugenio Mena- a reconocer cancha o motivados por la curiosidad de checar in situ el ambiente en la previa, fueron ovacionados por el público. El ambiente estaba fantástico, digno de una final de Copa América.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Un mes: parte 1

Eran pasadas las 10 de la noche de aquel Viernes 3 de Julio, cuando terminaba el partido que definía el tercer puesto de la Copa América Chile 2015 entre Perú y Paraguay. El marcador fue de 2-0 con goles de Carrillo y Guerrero. Estaba en la Galería Norte del remodelado Ester Roa de Concepción viendo ese partido junto a mi hermana, su pareja y la familia de éste último; con los ojos puestos en la cancha, pero con la mente situada a 500 km. de allí.

Acá con el pololo de mi hermana, post-partido por el tercer lugar entre Perú y Paraguay, en Concepción.

Chile jugaba al día siguiente en el Estadio Nacional su quinta final de Copa América en toda su historia, el registro precedente era de 1987, 28 años atrás. Ni yo mismo lo podía creer, mi selección en una final de copa, y eso pese a que de todos modos confiaba en que tendría un buen papel en este certamen. Seguí todo el proceso desde el partido inaugural, donde jugó contra Ecuador, sufrí como nunca ante México, lo disfruté junto a mi polola ante Bolivia, lo celebré reprimido en mi casa ante Uruguay, lo festejé sufridamente ante Perú y la última parada era ante Argentina. Llevo siguiendo a la Selección Chilena desde que tengo memoria, probablemente desde el Mundial de Francia 1998, pero sólo a conciencia probablemente desde 2003 cuando Chile iniciaba un nuevo proceso eliminatorio rumbo a Alemania 2006. Desde entonces he visto 3 actuaciones de Copa América de La Roja: dos con más pena que gloria y una en donde Venezuela nos amargó la fiesta en cuartos de final (la última antes de este año, en 2011).

Supongo que a estas alturas, ya con las líneas trazadas, se darán cuenta que para mi era un momento único. Chile nunca había ganado una Copa América en toda su historia y era, junto a Ecuador y Venezuela, los únicos seleccionados sudamericanos en no poseer este galardón. Resultaba vergonzoso y esperanzador a la vez, porque uno se pregunta ¿qué pasará cuando caiga el primero? ¿cómo lo festejará su gente? Yo pensaba en todo esto aquella noche.

Desde la madrugada del Viernes 3 comencé a buscar entradas en reventa vía Twitter para la gran final en el Estadio Nacional y -previa negociación con varios oferentes- hablé con dos vendedores, uno ofrecía un CAT4 (ticket físico, Codo) en $150.000 y el otro un CAT3 (e-ticket, Galería Sur) en $200.000. Ya existía preacuerdo y concretaríamos apenas llegase a primera hora del Sábado a Santiago, nada de abonos ni reservas, cualquiera de esas opciones se podía caer o, en el peor de los casos, ambas juntas. Sólo me faltaban los pasajes para llegar a la ciudad búnker de la Selección Chilena.

Salí del ex-Collao a eso de las 10:30 de la noche junto a todos mis acompañantes y nos despedimos fuera del estadio. Todos se iban, excepto yo. Me confiaron una bandera chilena y una bolsa llena de cosas para comer y beber, eran las sobras de lo que no se comió ni se bebió durante el partido, tal vez me vieron cara de mendigo o quizás conscientes de la arriesgada empresa en la que me estaba embarcando al viajar a la capital para luchar por un cupo en la final, quisieron ayudar y poner un grano de arena en la cruzada. Tenía la suerte de tener ubicado el Terminal de Buses Collao justo en frente del estadio, por lo que rápidamente me incorporé para buscar pasajes a Santiago. Tur Bus: agotados. Pullman Bus: 10 mil ida. Pullman Tur: 8 mil ida. Diez minutos más tarde compré dos pasajes en Pullman Tur, salía 10 minutos para la medianoche y mi asiento era el 4, ventana como dicta la tradición. 

El primer paso.

Giré $50.000 en uno de los cajeros del terminal y recibí la llamada de uno de los oferentes, el que ofrecía $150k por el CAT4. Me dijo que su papá -que trabaja como chofer del furgón que transporta al cuerpo médico de la Selección Chilena- recibiría un ticket físico para la final un par de horas antes del pitazo inicial y que el modus operandi era que yo me debía juntar con el vendedor para pasarle el dinero y luego éste me llevaría donde su padre para recibir el ticket, debido al temor que lo sorprendieran en las cercanías del Nacional haciendo algo ilegal. La conversación iba bien hasta el momento en que me dijo: primero, el dinero; después, el ticket. Tampoco sabía muchos detalles acerca de cuál codo sería mi punto de ubicación en el coloso de Ñuñoa. De todos modos asentí positivamente pese a las dudas que me comenzaron a asaltar a partir de esa llamada. Hablé minutos después con el padre de este chico y mi sensación no cambió mucho, supuestamente estaba acá en Concepción en el Perú vs. Paraguay pero no escuchaba ni un solo ruido de fondo, parecía estar mas bien en un recinto cerrado, como una habitación.

Con algunos minutos de retraso, mi bus salió cerca de la medianoche. No me estaba quedando mucha batería en el teléfono, por lo que no le di mucha caña durante la primera parte del viaje. Creo que antes de llegar a Chillán ya estaba durmiendo. Llegué a Santiago poco antes de las 6 de la mañana, demasiado temprano y demasiado frío. Mi equipaje sólo era la bandera, la bolsa con provisiones, una vieja Sony Cybershot DSC-W120, un adaptador USB para la corriente y un cable microSD-USB. Lo demás era algo que comúnmente llevo: mi Nexus 5 (lo llevaba hasta el 15 de Julio cuando me lo robaron) y mi billetera con lo necesario. Llevaba una chaqueta de cuerina negra, mi camiseta de Chile oficial 2012-13 de las Clasificatorias rumbo a Brasil 2014 (con el dorsal 9 de Mauricio Pinilla) y debajo una polera de Ayrton Senna. Estaba congelado. Caminé lo más rápido posible desde el Terminal de Buses Alameda hasta el Centro Comercial del Terminal de Buses Tur-Bus a una cuadra de distancia, hacia el oriente. Me refugié allí, en la cafetería, hasta bien entrada la mañana, alrededor de las 8. El televisor ubicado en ese sector estaba sintonizando un canal con mucha música latina, tenía una Q como isotipo y pronto me daría cuenta que a nueve horas del comienzo de la final de Copa América ante Argentina, estaban sintonizando un canal argentino. Curioso, como menos.

Con un café en el cuerpo y algunas galletas, sin mucho apetito, debía prepararme para el siguiente paso del plan: la batería del teléfono estaba en nivel crítico y era inminente buscar algún mecanismo de carga. En todo el centro comercial pillé varios enchufes, pero ninguno de ellos funcionaba para mi desgracia. Necesitaba, además: buscar una tercera opción de reventa en caso que se cayesen los dos que tenía preparados, preparar itinerario de viaje al Estadio Nacional y buscar otras opciones en caso de que acabase sin entrada, como los fan fests. De ninguna forma ese partido me iba a pillar en un bus de regreso a Concepción y mi ticket estaba programado para la medianoche del Sábado 4 de Julio. Regresé decepcionado de mi búsqueda a la cafetería cuando diviso un cybercafé abierto, era mi única salida, así que pedí una hora. Sería más que suficiente. Luego, ya en el baño del terminal, pude encontrar otro enchufe donde poder terminar de cargar mi móvil antes de desplazarme al próximo punto.

La siguiente parada, ya a eso de las 11 de la mañana era el Mall Plaza Alameda. El recorrido a pie por la Alameda ya tenía signos de final: mucha gente con la camiseta de Chile, vendedores ofreciendo merchandising por doquier, algunos bocinazos aislados y un sol casi radiante. Iba con algo de preocupación: llamé a mi primer vendedor (el del papá con el ticket físico) y contestó con un discurso distinto al de la noche anterior, corrigiendo el modus operandi pero introduciendo otro elemento de duda. Esta vez nos encontraríamos con él y su padre para hacer el intercambio de forma simultánea, para así no dar margen de dudas. No obstante, la entrega del ticket sería una hora antes del pitazo inicial de Wilmar Roldán. Una hora. Antes eran dos. "Algo raro hay aquí", pensaba mientras caminaba. En medio del océano de incertidumbre, de pronto, escucho una niña cantar el célebre "Vamos Chilenos" y es ahí cuando recupero nuevamente la ilusión de que algo bueno estaba por venir. Tal vez sería la obtención de la entrada. Tal vez sería la primera copa de Chile. Tal vez, y por qué no, ambas.

Llamé a casa para avisar sobre novedades y debo decir que tanto mi hermana como mi madre estaban expectantes, ya que de seguro verían la final por televisión desde Concepción. Giré $150.000 más y me dediqué a hacer algo de tiempo entre el baño, un recorrido y una pausa en el patio de comidas para pensar en el siguiente paso, el más crítico: conseguir la entrada.

Mini patio de comidas en el subterráneo del Mall Plaza Alameda. Aquí haciendo hora.

Sinceramente, a esas alturas ya no aguantaba más. Fui al Metro Estación Central y compré un ticket para enfilar por la L1 hacia Baquedano, luego hacer trasbordo a la L5 y dirigirme hacia el sur, hacia la estación Ñuble, la más cercana al Nacional. Llegué allí pasado el medio día y esta fue la primera foto que tomé.

Estación Ñuble. L5.

A las 12:30 ya había salido de la estación, recorrido todo Carlos Dittborn desde Vicuña Mackenna hasta Marathon y por fin podía divisar el reducto donde La Roja se jugaría el todo por el todo. Ya eran menos de cinco horas por delante para la final.

Estadio Nacional Julio Martínez P., visto desde Marathon con Dittborn, hacia el oriente.

Debo decir que me sorprendió la presencia de tantos hinchas argentinos en los alrededores del estadio cuando aún ni siquiera se abrían las puertas para el ingreso (programado para las 14:00 hrs. aproximadamente). Como sea, caminé rodeándolo por Marathon y luego girando por Av. Grecia hacia el oriente. Los argentinos se iban haciendo más y más, así como el fervor chileno que se veía no solo en los hinchas que iban creciendo, sino también en las múltiples señales que se vieron en las calles: desde bocinazos multiplicados por decenas, hasta motoqueros en caravana con banderas de Chile. ¡Incluso un simpático camión que recorría las inmediaciones con megáfonos reproduciendo canciones apoyando a la selección! Era increíble, todo eso me motivaba más a continuar en mi misión. Enfilé hacia José Pedro Alessandri, debido a que mi siguiente parada era el Mall Portal Ñuñoa, donde permanecería hasta antes de emprender rumbo hacia las puertas del estadio, felizmente ya con entrada en mano. Conocí la famosa estatua del estadio, ya colonizado por la hinchada albiceleste que daba entrevistas a la televisión argentina y comenzaba con la guerra de dimes y diretes con su símil chileno. Proseguí con mi ruta a pie cuando, de pronto, a la altura de Campos de Deportes recibo una llamada telefónica. Era Alejandro, el segundo vendedor, el de la CAT3 en $200.000. Alejandro me contó que estaba con una bronquitis que lo tenía a mal traer y, pese a tener un preacuerdo conmigo por la entrada, se estaba arrepintiendo de conformarse con ver la final por televisión y preguntó si tenía otro eventual vendedor con el que pudiese llegar a acuerdo para liberar su entrada. Le mentí y respondí que no, porque pese a que sí tenía uno, no era de mi entera confianza. Pese al inminente traspaso, le pedí unos minutos con el fin de llamar al primer vendedor y presionar un poco. Reconozco que me desarmó un poco su requerimiento y que fue muy astuto en poner presión para asegurar el dinero por la entrada y no arriesgar a quedarse sin cash, considerando que quedaban pocas horas para el kick-off. Llamé al primer comprador para presionar por una transacción lo antes posible, pero me respondió que recién a las 3 de la tarde tendría novedades, entonces no lo pensé dos veces. Llamé a mi polola para ponerla al tanto de mi status y, luego, devolví el llamado a Alejandro para confirmarle que le compraría el e-ticket.

Me devolví en mitad del camino por el mismo trayecto: Av. Grecia, Marathon, Carlos Dittborn, Estación Ñuble. Compré un ticket, subí a alistar el dinero, tomé un tren y me dirigí hacia el sur. Quedamos de juntarnos en Mirador Azul, cerca del Mall Florida Center. ¿La razón? Como estaba demasiado resfriado, no quería alejarse mucho de La Florida, la comuna donde reside. El mall era el único punto de la comuna que conocía y aprovechando que la estación estaba allí mismo, quedamos de hacer el traspaso en el torniquete de la estación, así no perdía el ticket ni él se vería en necesidad de comprar uno en vano para entrar. Mantuvimos comunicación todo el trayecto y sabíamos cómo identificarnos. De pronto diviso un joven alto y delgado, de 1.8 m aproximadamente, vistiendo una camiseta de La Roja 1996-97 de las Clasificatorias rumbo a Francia 1998 con el dorsal 11 del "Matador" Salas. Junto a él, lo acompañaba un señor de más edad, bastante canoso ...era su padre. Conversamos un poco, el chico algo callado y un poco pálido, el padre más alegre. Le conté que venía de Concepción a ver la final y él me contó sobre su experiencia como espectador en Copa América 1991 (donde Chile también hizo de país anfitrión). Le entregué el dinero instándolo a contarlo mientras me entregaba el e-ticket, pero al final me lo pasó y no quiso contar. Apretón de manos a ambos y luego a tomar tren de vuelta a Ñuble. Ya tenía la entrada.

El e-ticket que pasó a la historia. Ya tiene impreso el timbre del Nacional.
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