Eran pasadas las 10 de la noche de aquel Viernes 3 de Julio, cuando terminaba el partido que definía el tercer puesto de la Copa América Chile 2015 entre Perú y Paraguay. El marcador fue de 2-0 con goles de Carrillo y Guerrero. Estaba en la Galería Norte del remodelado Ester Roa de Concepción viendo ese partido junto a mi hermana, su pareja y la familia de éste último; con los ojos puestos en la cancha, pero con la mente situada a 500 km. de allí.
Acá con el pololo de mi hermana, post-partido por el tercer lugar entre Perú y Paraguay, en Concepción. |
Chile jugaba al día siguiente en el Estadio Nacional su quinta final de Copa América en toda su historia, el registro precedente era de 1987, 28 años atrás. Ni yo mismo lo podía creer, mi selección en una final de copa, y eso pese a que de todos modos confiaba en que tendría un buen papel en este certamen. Seguí todo el proceso desde el partido inaugural, donde jugó contra Ecuador, sufrí como nunca ante México, lo disfruté junto a mi polola ante Bolivia, lo celebré reprimido en mi casa ante Uruguay, lo festejé sufridamente ante Perú y la última parada era ante Argentina. Llevo siguiendo a la Selección Chilena desde que tengo memoria, probablemente desde el Mundial de Francia 1998, pero sólo a conciencia probablemente desde 2003 cuando Chile iniciaba un nuevo proceso eliminatorio rumbo a Alemania 2006. Desde entonces he visto 3 actuaciones de Copa América de La Roja: dos con más pena que gloria y una en donde Venezuela nos amargó la fiesta en cuartos de final (la última antes de este año, en 2011).
Supongo que a estas alturas, ya con las líneas trazadas, se darán cuenta que para mi era un momento único. Chile nunca había ganado una Copa América en toda su historia y era, junto a Ecuador y Venezuela, los únicos seleccionados sudamericanos en no poseer este galardón. Resultaba vergonzoso y esperanzador a la vez, porque uno se pregunta ¿qué pasará cuando caiga el primero? ¿cómo lo festejará su gente? Yo pensaba en todo esto aquella noche.
Desde la madrugada del Viernes 3 comencé a buscar entradas en reventa vía Twitter para la gran final en el Estadio Nacional y -previa negociación con varios oferentes- hablé con dos vendedores, uno ofrecía un CAT4 (ticket físico, Codo) en $150.000 y el otro un CAT3 (e-ticket, Galería Sur) en $200.000. Ya existía preacuerdo y concretaríamos apenas llegase a primera hora del Sábado a Santiago, nada de abonos ni reservas, cualquiera de esas opciones se podía caer o, en el peor de los casos, ambas juntas. Sólo me faltaban los pasajes para llegar a la ciudad búnker de la Selección Chilena.
Salí del ex-Collao a eso de las 10:30 de la noche junto a todos mis acompañantes y nos despedimos fuera del estadio. Todos se iban, excepto yo. Me confiaron una bandera chilena y una bolsa llena de cosas para comer y beber, eran las sobras de lo que no se comió ni se bebió durante el partido, tal vez me vieron cara de mendigo o quizás conscientes de la arriesgada empresa en la que me estaba embarcando al viajar a la capital para luchar por un cupo en la final, quisieron ayudar y poner un grano de arena en la cruzada. Tenía la suerte de tener ubicado el Terminal de Buses Collao justo en frente del estadio, por lo que rápidamente me incorporé para buscar pasajes a Santiago. Tur Bus: agotados. Pullman Bus: 10 mil ida. Pullman Tur: 8 mil ida. Diez minutos más tarde compré dos pasajes en Pullman Tur, salía 10 minutos para la medianoche y mi asiento era el 4, ventana como dicta la tradición.
![]() |
El primer paso. |
Giré $50.000 en uno de los cajeros del terminal y recibí la llamada de uno de los oferentes, el que ofrecía $150k por el CAT4. Me dijo que su papá -que trabaja como chofer del furgón que transporta al cuerpo médico de la Selección Chilena- recibiría un ticket físico para la final un par de horas antes del pitazo inicial y que el modus operandi era que yo me debía juntar con el vendedor para pasarle el dinero y luego éste me llevaría donde su padre para recibir el ticket, debido al temor que lo sorprendieran en las cercanías del Nacional haciendo algo ilegal. La conversación iba bien hasta el momento en que me dijo: primero, el dinero; después, el ticket. Tampoco sabía muchos detalles acerca de cuál codo sería mi punto de ubicación en el coloso de Ñuñoa. De todos modos asentí positivamente pese a las dudas que me comenzaron a asaltar a partir de esa llamada. Hablé minutos después con el padre de este chico y mi sensación no cambió mucho, supuestamente estaba acá en Concepción en el Perú vs. Paraguay pero no escuchaba ni un solo ruido de fondo, parecía estar mas bien en un recinto cerrado, como una habitación.
Con algunos minutos de retraso, mi bus salió cerca de la medianoche. No me estaba quedando mucha batería en el teléfono, por lo que no le di mucha caña durante la primera parte del viaje. Creo que antes de llegar a Chillán ya estaba durmiendo. Llegué a Santiago poco antes de las 6 de la mañana, demasiado temprano y demasiado frío. Mi equipaje sólo era la bandera, la bolsa con provisiones, una vieja Sony Cybershot DSC-W120, un adaptador USB para la corriente y un cable microSD-USB. Lo demás era algo que comúnmente llevo: mi Nexus 5 (lo llevaba hasta el 15 de Julio cuando me lo robaron) y mi billetera con lo necesario. Llevaba una chaqueta de cuerina negra, mi camiseta de Chile oficial 2012-13 de las Clasificatorias rumbo a Brasil 2014 (con el dorsal 9 de Mauricio Pinilla) y debajo una polera de Ayrton Senna. Estaba congelado. Caminé lo más rápido posible desde el Terminal de Buses Alameda hasta el Centro Comercial del Terminal de Buses Tur-Bus a una cuadra de distancia, hacia el oriente. Me refugié allí, en la cafetería, hasta bien entrada la mañana, alrededor de las 8. El televisor ubicado en ese sector estaba sintonizando un canal con mucha música latina, tenía una Q como isotipo y pronto me daría cuenta que a nueve horas del comienzo de la final de Copa América ante Argentina, estaban sintonizando un canal argentino. Curioso, como menos.
Con un café en el cuerpo y algunas galletas, sin mucho apetito, debía prepararme para el siguiente paso del plan: la batería del teléfono estaba en nivel crítico y era inminente buscar algún mecanismo de carga. En todo el centro comercial pillé varios enchufes, pero ninguno de ellos funcionaba para mi desgracia. Necesitaba, además: buscar una tercera opción de reventa en caso que se cayesen los dos que tenía preparados, preparar itinerario de viaje al Estadio Nacional y buscar otras opciones en caso de que acabase sin entrada, como los fan fests. De ninguna forma ese partido me iba a pillar en un bus de regreso a Concepción y mi ticket estaba programado para la medianoche del Sábado 4 de Julio. Regresé decepcionado de mi búsqueda a la cafetería cuando diviso un cybercafé abierto, era mi única salida, así que pedí una hora. Sería más que suficiente. Luego, ya en el baño del terminal, pude encontrar otro enchufe donde poder terminar de cargar mi móvil antes de desplazarme al próximo punto.
La siguiente parada, ya a eso de las 11 de la mañana era el Mall Plaza Alameda. El recorrido a pie por la Alameda ya tenía signos de final: mucha gente con la camiseta de Chile, vendedores ofreciendo merchandising por doquier, algunos bocinazos aislados y un sol casi radiante. Iba con algo de preocupación: llamé a mi primer vendedor (el del papá con el ticket físico) y contestó con un discurso distinto al de la noche anterior, corrigiendo el modus operandi pero introduciendo otro elemento de duda. Esta vez nos encontraríamos con él y su padre para hacer el intercambio de forma simultánea, para así no dar margen de dudas. No obstante, la entrega del ticket sería una hora antes del pitazo inicial de Wilmar Roldán. Una hora. Antes eran dos. "Algo raro hay aquí", pensaba mientras caminaba. En medio del océano de incertidumbre, de pronto, escucho una niña cantar el célebre "Vamos Chilenos" y es ahí cuando recupero nuevamente la ilusión de que algo bueno estaba por venir. Tal vez sería la obtención de la entrada. Tal vez sería la primera copa de Chile. Tal vez, y por qué no, ambas.
Llamé a casa para avisar sobre novedades y debo decir que tanto mi hermana como mi madre estaban expectantes, ya que de seguro verían la final por televisión desde Concepción. Giré $150.000 más y me dediqué a hacer algo de tiempo entre el baño, un recorrido y una pausa en el patio de comidas para pensar en el siguiente paso, el más crítico: conseguir la entrada.
Mini patio de comidas en el subterráneo del Mall Plaza Alameda. Aquí haciendo hora. |
Sinceramente, a esas alturas ya no aguantaba más. Fui al Metro Estación Central y compré un ticket para enfilar por la L1 hacia Baquedano, luego hacer trasbordo a la L5 y dirigirme hacia el sur, hacia la estación Ñuble, la más cercana al Nacional. Llegué allí pasado el medio día y esta fue la primera foto que tomé.
Estación Ñuble. L5. |
A las 12:30 ya había salido de la estación, recorrido todo Carlos Dittborn desde Vicuña Mackenna hasta Marathon y por fin podía divisar el reducto donde La Roja se jugaría el todo por el todo. Ya eran menos de cinco horas por delante para la final.
Estadio Nacional Julio Martínez P., visto desde Marathon con Dittborn, hacia el oriente. |
Debo decir que me sorprendió la presencia de tantos hinchas argentinos en los alrededores del estadio cuando aún ni siquiera se abrían las puertas para el ingreso (programado para las 14:00 hrs. aproximadamente). Como sea, caminé rodeándolo por Marathon y luego girando por Av. Grecia hacia el oriente. Los argentinos se iban haciendo más y más, así como el fervor chileno que se veía no solo en los hinchas que iban creciendo, sino también en las múltiples señales que se vieron en las calles: desde bocinazos multiplicados por decenas, hasta motoqueros en caravana con banderas de Chile. ¡Incluso un simpático camión que recorría las inmediaciones con megáfonos reproduciendo canciones apoyando a la selección! Era increíble, todo eso me motivaba más a continuar en mi misión. Enfilé hacia José Pedro Alessandri, debido a que mi siguiente parada era el Mall Portal Ñuñoa, donde permanecería hasta antes de emprender rumbo hacia las puertas del estadio, felizmente ya con entrada en mano. Conocí la famosa estatua del estadio, ya colonizado por la hinchada albiceleste que daba entrevistas a la televisión argentina y comenzaba con la guerra de dimes y diretes con su símil chileno. Proseguí con mi ruta a pie cuando, de pronto, a la altura de Campos de Deportes recibo una llamada telefónica. Era Alejandro, el segundo vendedor, el de la CAT3 en $200.000. Alejandro me contó que estaba con una bronquitis que lo tenía a mal traer y, pese a tener un preacuerdo conmigo por la entrada, se estaba arrepintiendo de conformarse con ver la final por televisión y preguntó si tenía otro eventual vendedor con el que pudiese llegar a acuerdo para liberar su entrada. Le mentí y respondí que no, porque pese a que sí tenía uno, no era de mi entera confianza. Pese al inminente traspaso, le pedí unos minutos con el fin de llamar al primer vendedor y presionar un poco. Reconozco que me desarmó un poco su requerimiento y que fue muy astuto en poner presión para asegurar el dinero por la entrada y no arriesgar a quedarse sin cash, considerando que quedaban pocas horas para el kick-off. Llamé al primer comprador para presionar por una transacción lo antes posible, pero me respondió que recién a las 3 de la tarde tendría novedades, entonces no lo pensé dos veces. Llamé a mi polola para ponerla al tanto de mi status y, luego, devolví el llamado a Alejandro para confirmarle que le compraría el e-ticket.
Me devolví en mitad del camino por el mismo trayecto: Av. Grecia, Marathon, Carlos Dittborn, Estación Ñuble. Compré un ticket, subí a alistar el dinero, tomé un tren y me dirigí hacia el sur. Quedamos de juntarnos en Mirador Azul, cerca del Mall Florida Center. ¿La razón? Como estaba demasiado resfriado, no quería alejarse mucho de La Florida, la comuna donde reside. El mall era el único punto de la comuna que conocía y aprovechando que la estación estaba allí mismo, quedamos de hacer el traspaso en el torniquete de la estación, así no perdía el ticket ni él se vería en necesidad de comprar uno en vano para entrar. Mantuvimos comunicación todo el trayecto y sabíamos cómo identificarnos. De pronto diviso un joven alto y delgado, de 1.8 m aproximadamente, vistiendo una camiseta de La Roja 1996-97 de las Clasificatorias rumbo a Francia 1998 con el dorsal 11 del "Matador" Salas. Junto a él, lo acompañaba un señor de más edad, bastante canoso ...era su padre. Conversamos un poco, el chico algo callado y un poco pálido, el padre más alegre. Le conté que venía de Concepción a ver la final y él me contó sobre su experiencia como espectador en Copa América 1991 (donde Chile también hizo de país anfitrión). Le entregué el dinero instándolo a contarlo mientras me entregaba el e-ticket, pero al final me lo pasó y no quiso contar. Apretón de manos a ambos y luego a tomar tren de vuelta a Ñuble. Ya tenía la entrada.
![]() |
El e-ticket que pasó a la historia. Ya tiene impreso el timbre del Nacional. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Tienes un comentario o algo que decir sobre este post?