La entrada estaba lista. Ahora, con el beneficio de la duda eso sí, había que verificar que no era falsa. No tenía mucho tiempo, eran cerca de las 2 y faltaría poco para que se abriesen las puertas. No quería siquiera imaginar cómo estaría la cola de hinchas nacionales y trasandinos ...una locura, seguramente. Me dirigí rápidamente al andén para tomar el primer tren que me llevase de vuelta a Ñuble, eso sí, necesitaba reponer energías: estaba en hora de almuerzo y el estómago ya estaba quejándose por comida. Saliendo de la estación de Metro, nuevamente enfilé por Carlos Dittborn hacia el oriente e hice una parada en un puesto de sandwiches para probar finalmente el célebre "sandwich de potito" -que en realidad resultó ser un sandwich de lomito, pero al final se tuvo que comer "de potito" igual- y aprovechar un jugo que tenía en mi bolsa de cosas para que bajase. Cabe mencionar que a esa hora la procesión de hinchas de ambos equipos era prominente y numerosa, costaba desplazarse hacia el poniente por la vereda de Dittborn ya que pasabas "chocando" con chilenos y argentinos, pero eso ya daba aires de final. Ahora sí.
Terminado el almuerzo express, necesitaba urgentemente recuperar la carga perdida del Nexus 5 y tener todo más o menos listo antes de caminar rumbo al Estadio Nacional. Pregunté por cybercafés y después de recorrer muchas calles y pasajes en las inmediaciones de Marathon, llegué a unos locales cerca de Obispo Orrego y en uno de ellos el anhelado cyber. Sin embargo, al entrar al local y preguntar por un computador, la encargada del local me indicó que estaba pronta a cerrar y me quedé sin opciones de cargar más. Mi intención era cargar mi móvil al 100%, pues había pasado por alto un pequeño detalle: no conocía la vista desde Galería Sur, mi astigmatismo miópico no me ayudaba mucho y por eso debía contar con una radio donde pudiese escuchar el partido en vivo. No sacaba nada, filo, debía apresurarme por llegar al estadio.
Una de las indicaciones que me dieron tanto Alejandro como su padre cuando conversé minutos antes en el torniquete de la estación Mirador Azul, fue que para acceder a la entrada por Galería Sur del estadio, debía ingresar por Guillermo Mann -la calle que limita por el sur-, por lo que llegando al reducto ñuñoino desde Dittborn debía girar hacia la derecha y luego seguir derecho en mi camino. Como sea, pedí ayuda a los voluntarios de Copa América que estaban en las cercanías y me dirigí por un atajo de tierra a mitad de camino. A las 3 en punto estaba frente a los torniquetes del sector meridional del Julio Martínez Prádanos.
Finalmente, la parada más importante y la última: el Nacional. |
Era mi primera vez allí. Nunca había ido a ese estadio en toda mi vida antes, ni por las Clasificatorias rumbo a Sudáfrica 2010, ni tampoco por las Clasificatorias rumbo a Brasil 2014. Mi primera asistencia a un partido oficial de la Selección Chilena adulta fue el 14 de Noviembre del año recién pasado, después de un frustrado intento cuatro años antes por ir a un amistoso ante Israel en el antiguo Ester Roa. En aquel cotejo -un amistoso preparatorio para Copa América, ante Venezuela-, La Roja goleó a la "vinotinto" por 5 goles contra 0. Nunca se me pasó por la cabeza la posibilidad de una cábala, aunque ahora que lo pienso, algo pudo haber hecho esa primera asistencia o quizás la polera de Senna debajo nos impregnó algo de velocidad, jeje. Nadie lo sabe.
Momento clave: camino a los torniquetes para la validación de la entrada. El trámite era conocido por mí, ya que antes lo había hecho tres veces en Concepción para los partidos de Copa América. Saqué mi cédula de identidad y la entrada estaba lista en un bolsillo. De pronto, frente a mí en un torniquete a mi izquierda, un señor estaba detenido largo rato junto con un par de voluntarios. La entrada por lo visto era falsa o estaba adulterada, se entró en una discusión y se llamó a un encargado del staff, no se veía por dónde, le tocaría ver la final en otro sitio. Pese al estresante momento, no tuve tiempo para procesar cuando llegó mi turno: entregué carnet y entrada, pero sólo me pidieron el carnet. Después tuve avanzar un poco más y recién allí me solicitaron el e-ticket. Una pistola electrónica escaneó el código de barras y un "bip" me devolvió el alma al cuerpo: entrada válida, podía entrar. Leonardo Farkas, conocido filántropo y empresario chileno, pidió 40 mil banderas chilenas para cada uno de los asistentes al estadio ese día. La ANFP decidió distribuirlos a cada asistente una vez ingresasen al reducto, por lo que mi siguiente paso era pedir una. Quedé con dos al final. Sólo restaba entrar...
Puerta 14. Me costó encontrarla en un principio. El Estadio Nacional, lejos de lo que había visto en Concepción, daba claras señales de historia en su imponente pero vieja fachada. Subí unas escaleras bastante anchas y con arena en varios sectores para entrar al "coloso de Ñuñoa". Avancé unos metros, guiado por una luz que me llevó a donde tanto quería estar: la gradería.
Mi primera vista de la cancha, una vez dentro del Estadio. Vista de la puerta 14, Galería Sur. |
El escenario era sobrecogedor. Banderas chilenas por doquier inundaban varios rincones del estadio, a falta de menos de un par de horas para que comenzara la final. "Manchones" celestes en casi todas las localidades le daban un colorido de mosaico al paisaje visual, pero casi ni se escuchaban. No bien me acerqué a la salida, justo a mi izquierda, ya tenía hinchas argentinos. Calculé unos 8 mil o 10 mil en total, pero ese día claramente iban a ser minoría. Tomé algunas fotos para hacer una panorámica y apenas volteé me encontré con la mítica pantalla gigante. Sabía que en ese sector la mejor ubicación era arriba, al igual que en el Ester Roa, por lo que subí por las escalas y me ubiqué cerca de la pantalla, unas 3 corridas antes de la última -entiéndase por "última" la que está más arriba-, un poco hacia el lado Andes. Ya instalado con mis cosas, encontré los esperados globos inflables de DHL y la famosa tarjeta verde de UNICEF con la imagen de Claudio Bravo. La nueva panorámica había mejorado bastante.
Vista definitiva desde mi ubicación en Galería Sur. Al fondo, toda la Galería Norte y la mítica puerta 8. |
Llamé a mi familia para avisarles, con mucha felicidad, que ya estaba dentro esperando al inicio del partido. De pronto en medio de la conversación, me comunican que pasaron por las noticias una trágica información de último minuto: falleció Carlo de Gavardo. La cara se me cayó en ese momento, no lo podía creer. Tres años antes, estaba con un amigo en la Plaza de la Independencia de Concepción con plumón en mano pidiéndole un autógrafo, nos invitó hasta a subir al auto, era la presentación de la fecha 5 del Rally Mobil, tremendo tipo. Recordé casi de inmediato lo que ocurrió con Sergio "Sapito" Livingstone el mismo año del autógrafo de Carlo: el 11 de Septiembre jugaba Chile contra Colombia por Clasificatorias rumbo a Brasil 2014 cuando "Sapito" dejó de exister, fue tres horas antes del partido, Chile cayó por 1-3 ante la escuadra cafetera. Carlo fallecía a tres horas de la gran final...
Poco a poco el estadio se iba llenando de más y más banderas. La barra argentina, viéndose aminorada en cantidad, intentaba imponerse en el volumen de sus pulmones con cánticos vitoreando a sus jugadores, pero no se escuchaban ...sino, casi nada. Mis pulmones iban ejercitándose con cánticos junto a los chilenos que a medida que transcurrían los minutos iban colmando cada rincón del Estadio Nacional. Cada vez la espera se hacía más y más eterna. El sol, radiante a esa hora en Santiago, me pegaba sin compasión alguna mientras tomaba fotos, sacaba la selfie de rigor y actualizaba el status en Facebook. Poco iba a pescar el celular durante el partido, y en efecto así fue. De pronto no aguanté más y fui por algo para beber en el kiosco del estadio, la lata de cerveza de 350 cc. -encima 0% alcohol- me salió por $2000, una locura ...en fin, la sed pudo más. El tiempo pasaba y pasaba hasta que salieron algunos jugadores de La Roja -Miiko Albornoz, Angelo Henríquez, Mauricio Isla, Eduardo Vargas, José Rojas y Eugenio Mena- a reconocer cancha o motivados por la curiosidad de checar in situ el ambiente en la previa, fueron ovacionados por el público. El ambiente estaba fantástico, digno de una final de Copa América.
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