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lunes, 12 de octubre de 2015

"Ayrton, o herói revelado" - Capítulo 2.7: "Soledad y audífonos"

El empresario Pedro Queiroz Pereira, conocido en su época tuerca como “Pêquêpê” o PQP.

PQP era el apodo que el piloto y empresario portugués Pedro Queiroz Pereira usaba para correr en la categoría Stock Car de Brasil sin que su familia, que estaba en contra de su actividad, lo percibiera. Hijo del millonario Manuel Queiroz Pereira, uno de los mayores fabricantes de cemento de Portugal, PQP era uno de los pilotos que insistieron en mantenerse con neumáticos lisos en condiciones de pista mojada, en una prueba en Interlagos, hacia finales de 1983. En la cabina del canal TV Bandeirantes, el comentarista Ayrton Senna, invitado especial, fenómeno de la Fórmula 3 inglesa ya descubierto por la prensa brasileña, habló sin malicia:

El portugués fue inteligente.

El elogio marcó el inicio de una gran amistad. PQP se hizo una especie de guía turístico de Ayrton en Portugal, país que con el tiempo se transformó en el refugio afectivo del paulista en Europa. Más exactamente, PQP se encargó de reunir, por un lado, a Ayrton, y por el otro, a bellas chicas portuguesas. En una de las pocas veces en que PQP cambió el enredo de su programa nocturno, llevó a Ayrton al teatro para asistir a una revista musical de sátira política. No dio en el clavo. Para PQP, no fue ni el caso de que le gustara o no: "Ayrton no entendió nada.

Afectivamente, aún libre de la fracasada unión conyugal y teniendo toda la libertad que necesitaba en Europa, Senna continuaba en Brasil. Su rápido reencuentro con su amiga de juventud Cristina Sala, en Londres, durante la temporada de Fórmula 3, fue marcado por la nostalgia. Cristina, la confidente de Ayrton cuando él se enamoró de Sofia Aidar, estaba preparándose para volver a Brasil, tras un curso de inglés en Oxford. En la víspera de la partida, fue a cenar en la casa de Ayrton. Los dos intercambiaron confidencias sobre sus respectivos desencuentros afectivos y, cuando acabaron de cenar, se dieron cuenta de que el límite de la amistad había retrocedido.

Ayrton llegó a pedirle a Cristina que se quedara en Inglaterra por más tiempo, pero ella decidió que tenía que volver. La despedida de ambos, en el aeropuerto de Heathrow, sólo enfatizó en Cristina la sensación de que Ayrton estaba muy sólo en Inglaterra. El reencuentro los remeció tanto que, a partir de aquel día, pasaron a mirarse de un modo especial. Cristina volvió a São Paulo con la certeza de que el precio que Ayrton estaba pagando por su carrera, en relación a su vida personal, era muy alto.

Al largo de la temporada de Fórmula 3, en el paddock, la imagen de Ayrton no fue muy diferente de la que él ya construía en los circuitos: audífonos en el oído, siempre alejado, poca conversación y rara vez con compañía. Para Dick Bennetts, esa postura de Ayrton en entrenamientos y carreras daba aún más la impresión de que él no era muy feliz. Pero él también se acordó de Senna divirtiéndose bastante lejos de la pista, bebiendo caipirinha en parrilladas y sonriendo, en cuanto mayor fuera la intimidad con las personas de su círculo cercano.

Dick Bennetts registró, en la memoria, la presencia de sólo una novia, acompañando a Ayrton en los boxes por algunas carreras: una joven que se envolvió tanto con la profesión de su novio, que llegó a pedir al propio Dick que él reconstruyese, en horas, un coche que Ayrton hizo añicos en un fuerte choque, tras conquistar la pole-position para la carrera en Cadwell Park, el día 19 de junio. Imposible. Senna no tuvo coche para largar.

En el paddock de Silverstone, cuando la Fórmula 3 hizo de antesala al Gran Premio de Inglaterra de Fórmula 1, otro hecho desembocó en el nacimiento de una gran amistad. Un atropello por broma, con Senna al volante de una Vespa, marcó su reencuentro con Galvão Bueno. Este día, Galvão fue presentado a Armando Botelho. La empatía del trío sería inmediata y duradera.

Armando Botelho (izq.), Ayrton Senna (centro) y Galvão Bueno (der.) en 1983.

El Ayrton que Galvão comenzó a conocer más, como todo chico que comenzaba en karts, comía sandwiches con las manos a veces sucias de grasa, no tenía mayores preocupaciones con la cultura o con los buenos modales. Leer, ni pensar. No formaba parte del perfil. Era inquieto además como para permanecer mucho tiempo detenido. Disfrutaba más de la música y tenía un gusto moderado, que pasaba por rock, blues y algunos clásicos populares. En la mesa, al comienzo, sólo comía pasta con salsa de tomate y albahaca, el famoso Pomodoro e basilico. No era ni se hizo, en el recuerdo de Galvão, un apreciador del vino: "De cuando en cuando era un animador. Del tipo que sólo llegaba en casa con las pilas puestas.”
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